Friday, August 17, 2012

Guigui

Guigui es un nombre.
Es el nombre que una bebé muy bonita creó para llamar a la persona más consentidora y leal que conoce.

Es tan chiquita y flaquita como yo a los 9 años. Tan fuerte como el físico culturista que me asustó el otro día en la calle, siempre modelando el uniforme que ella misma se inventó: faldita negra, camisa blanca y mocasines. Un poco supersticiosa, obsesionada con los gatos de la casa y las señales divinas.

Apareció en la vida de mi abuela misteriosamente cuando mi mamá tenía 9 años. Digo misteriosamente, porque todavía no me han contado como es que esa oriental llegó a nuestra familia caraqueña.
Con el tiempo se convirtió, no sólo en la señora de la casa, sino en niñera de la Señora Del Carmen (mi madre), cómplice, mano derecha, confiada, consejera y psiquiatra de mi abuela; quién hasta el sol de hoy no pasa un día sin llamarla.
Guigui se sabe más secretos de mi familia que cualquiera. Todos los dramas de los divorcios, todos los chismes, los secretos, los pecados, las mañas, manías, costumbres y gustos de tres generaciones Risso. Incluyendome, claro está. No hay un día que Guigui no me haga una arepita, me ordene el cuarto, o me prepare sopita cuando la resaca me gana. En fin, un día en que no me trate como su niña consentida. Como sus niñas consentidas, mejor dicho, porque para ella ni mi mamá ha crecido. Nunca lo haremos.

Guigui es como un angelito que siempre está ahí para todo. Absolutamente todo. Desde "Guigui, tengo hambre!", hasta "Guigui!, donde esta el pantalón pegadito color canela que me puse el miércoles pasado?".
- Encima de la silla de la esquina, responde ella.
Sin ella la casa 18-12 no sirve. En navidad, en esas dos semanas que agarra un autobús para visitar a su familia, esa casa no sirve, repito.
No hay nadie que encuentre el sartén de las arepas, ni que pueda cocinarlas sin que queden cuadradas. Así de taradas somos sin ella. La casa se siente vacía, sola, sin nadie que la quiera.

No hay persona que cocine mejor mi desayuno dominguero. No hay quien limpie mi desastre sin desordenarlo. Qué molesto es cuando a mi mamá le da por cambiarme todo de lugar. No hay persona en este mundo a quien yo quiera más.
Me conoce mejor que mi mamá, papá, novio, amigos juntos. Tanto que la quiero, y necesito, y pueden creer no sé absolutamente nada de su vida?
Sólo lo básico: el nombre (porque el apellido todavía estoy entre Rangel o Rengel), su cumpleaños, y que no le gusta la carne. Suena mal, yo sé, pero esa señora sí que es misteriosa, oyó? No le gusta ni incomodar, ni incomodarse. Es penosa como un hámster y se esconde tal cual felino cuando hay visitas en la casa. 42 años perteneciendo a nuestra familia y ni una sola foto tengo de mi Guigui. Ojo, y no es que no haya tratado. Me he escondido con cámara en mano y paciencia unas cuantas veces. Detrás de la puerta de la cocina, dentro de un gabinete, en el baño, hasta en el espacito que hay entre la nevera y la pared. Pero esa mujer es más rápida que.. que bueno, mi dedo haciendo click. Fallidos mis intentos de capturarla decidí dame por vencida. Me di cuenta que no necesito de un aparatico majunche para tener una imagen viva y perfecta de ella. Está clarita en mi memoria. Su olor, su risa, su lenguaje corporal y sobre todo su manera de escabullirse en mi cuarto para no despertarme.

Su mundo es mi casa. Su vida los gatitos, las novelas y los programas radiales que nadie escucha de la AM. Su familia: nosotras (y viceversa).
El alivio que siento cuando llamo a la casa y me contesta el teléfono es incomparable a cualquier otro. Yo ni de vaina estoy preparada para despedirme de mi Guigui.
Me niego.  



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